Relación Humanidad/ Naturaleza
Ana Simesen de BielKe*
Resumen
Se intenta re-pensar la crisis ecológica desde una perspectiva histórico-filosófica, seleccionando segmentos de cosmovisiones que ensalzan la vitalidad de la Tierra/ Naturaleza considerada como un gran organismo incluyente, hasta la conversión en la modernidad en masa neutra de átomos en movimiento y, por ende, despojada valorativamente a efectos funcionales al diseño capitalista. Se reflexiona, asimismo acerca de la necesidad de descolonizar nuestras cogniciones acordes aún, con aquél modelo ecocida, a pesar de los nuevos paradigmas.
Palabras clave
Ecocidio, metáfora orgánica/ metáfora mecánica; Madre Primordial; Tierra/Naturaleza, ecologismo, interconexión, simbiosis.
Breve Historia:
Es un pecado herir y cortar, desgarrar o rasguñar a nuestra madre común para trabajos agrícolas. Me pedís que roture la tierra. ¿Acaso tomaría yo un cuchillo para hundirlo en el seno de mi madre? Pero si así lo hiciere, cuando estuviese muerto ella no me tomaría ya en su seno. ¿Me pedís que remueva la tierra y quite de ella las piedras? ¿Sería yo acaso capaz de mutilar sus carnes a fin de llegar a sus huesos? Pero entonces no podría ya más entrar en su cuerpo para nacer de nuevo. ¿Me pedís de cortar la hierba y el heno y venderlo, enriqueciéndome con ello como los blancos? Pero ¿cómo me atrevería yo a cortar la cabellera de mi madre?
(en Eliade, M., 1961: 187)
Un miedo fantasmal recorre nuestro presente. Azorados/as nos descubrimos ciudadanos/as de un planeta en agonía. Y volvemos atrás tratando de encontrar el origen de nuestras ‘verdades’. ¿Cuándo se instaló en nosotros/as aquel diseño conceptual acorde con la destrucción de nuestro oikos? ¿Cómo penetró tan profundamente hasta polucionar los estratos más íntimos de nuestras sintonías vitales? ¿Hubo otros momentos de nuestra evolución cultural que implicasen vínculos más solidarios entre Hombres/Mujeres/Naturaleza?
Nosotros/as habitantes de este contexto globalizado en el que –sin embargo- aún perviven retazos de memorias ancestrales, sobre todo en los agónicos pueblos originarios, sabemos corporalmente de nuestra pertenencia a la Madre Terrenal. Que ella está en nosotros/as y nosotros/as en ella…Que –tal vez- desde la presencia del problema ecológico ya no resulta un pecado de ‘lesa Academia’ intentar incursionar por aquello que se identificara con lo retrógado, con lo ‘no desarrollado’, en el intento de re-conocer formas no instrumentales de contactar con la Tierra, el aire, el subsuelo, los animales, las plantas, las energías vivificantes de todos ellos…
Nosotros/as intelectuales cansados/as de haber depositado la potencia fálica en la mente/conciencia todavía cartesiana. Nosotros/as en busca del cuerpo perdido. Pero del Cuerpo en el que habitamos como humanidad donde lo propio es la simbiosis, la interconexión que emerge sólo en esta ‘conciencia subliminal’ de una Tierra/Naturaleza ‘encantada’…
Volveremos –una vez más- a esa entidad geopsíquica que se ha dado en llamar modernidad cronológica para indagar allí acerca del comienzo de este prolongado final.
Los diferentes diagnósticos acerca de este período coinciden en señalar que es allí donde- dominantemente- se han establecido las condiciones de posibilidad de un presente ‘insustentable’. Es allí donde afianza el capitalismo, su ciencia funcional y, en consecuencia, el germen del posterior cientificismo en tanto ideología que apuesta por la transparencia de lo real. Allí es donde se escinde política de ética; donde se cimentan los pares dicotómicos civilización/barbarie; cultura/naturaleza; espíritu/materia; mente/cuerpo; metrópolis/colonia; blanco/negro; hombre/mujer, etc.. Y donde se jerarquiza el término que aparece en primer lugar en desmedro del segundo.
Nos interesa particularmente el par cultura/naturaleza pues desde allí puede encontrarse una de las formas de análisis de nuestro tema: la destrucción de la Tierra/ Naturaleza. La crisis ecológica - tiene que ver con todas las instancias de la vida, con la incipiente conciencia de ser habitantes de una comunidad con el mismo destino.
Carolyn Merchant ha demostrado sólidamente cómo le fue funcional al capitalismo –entre 1500 y 1700- vaciar paulatinamente de todo contenido orgánico y ético la Tierra-Naturaleza, haciendo prevalecer una determinada imagen mecánica que nunca más será asociada con ningún rasgo femenino (como lo era a través de la metáfora orgánica).
Para la teoría orgánica resultó clave la identificación de la naturaleza –y la Tierra en primer lugar- con una madre nutriente: un ser femenino suavemente benefactor que se ocupa de las necesidades de la humanidad en un universo ordenado, planificado. Sin embargo, prevaleció también otra imagen opuesta de la naturaleza como ser femenino: una naturaleza feroz, imposible de controlar, capaz de provocar violencia, tempestades, sequías y un caos generalizado. Ambas se identificaron con el sexo femenino y fueron proyecciones de la percepción humana sobre el mundo exterior.
(Merchant, C., 1980, la traducción es nuestra).
La primera imagen fue desapareciendo con el avance de la revolución científica. La segunda imagen trae consigo una importante idea moderna: la necesidad de dominar la naturaleza.
*
Hoy se sabe –desde la ciencia misma- que la condición de toda vida es la interdependencia, la no segmentación, la conexión ecológica y socio-ecológica. Pareciera cerrarse el círculo: de una Tierra/Naturaleza viva (la metáfora orgánica) a su ‘muerte’ en la modernidad’ hasta el intento de resucitar esta ‘novedad arcaica’ en nuestro presente.
El ecocidio ha devenido un problema de alta condensación política. Y no ya de política mutada ‘techne’. Sino de una política que requiere reinstalar el debate ético en el corazón mismo de nuestro mundo globalizado pues la muerte de la naturaleza es la muerte por hambre de la parte más numerosa de la humanidad- nuestro pobres- y luego del autoexterminio del sector más ‘inteligente’ de la Tierra/Naturaleza…
Vale la pena intentar una vez más pensar de qué modo hubiese sido posible un devenir diferente en donde el mundo permaneciera ‘encantado’ y donde el asombrarse niño ante la maravilla de la presencia múltiple de la vitalidad fuese de suyo…
En el presente trabajo se intentará soslayar segmentos de nuestra evolución cultural en los cuales está presente la idea de una Tierra/Naturaleza viva –es decir la metáfora orgánica – hasta la entrada en la modernidad y su desplazamiento hacia la metáfora mecánica que legará la perspectiva de una naturaleza inerte, masa neutra de átomos en movimiento, sin ninguna connotación valorativa y, en consecuencia, libre para ser explotada sin restricciones. Pues si desde allí el mundo ha devenido abstracto y la naturaleza formalizada, como convino al capitalismo, por su misma esencia hiperproductiva basada en un concepto de desarrollo asociado al progreso, entonces se abandona para siempre la concepción biológica de aquél , en tanto regreso cíclico de un pasado, para trasvestirse en la reconstrucción de un futuro inédito: se oculta así la oscuridad de las finalidades, la ausencia de un modelo constructor y el carácter incierto de este desarrollo (Véase Attali, J./ Castoriadis, C./ Morin, E., 1977)
¿Nuestros ancestros?
Según es sabido entonces, la Modernidad ha legado una perspectiva abstracta acerca de la Tierra-Naturaleza, a la vez que ha sido el motor de un despliegue tecnológico inquietante que nos encuentra, como humanidad, casi al borde de la extinción de nuestro oikos.
Sin embargo, fue la tecnociencia moderna espacial la que lanzó al mundo una visión de la Tierra - en algún sentido- viva, activando algo así como vestigios de memorias ancestrales impulsoras de la necesidad de cuidarla.
Es probable que éste sea el motivo por el cual la teoría de Lovelock haya tenido tanta acogida en los movimientos ecologistas, aún con todos los reparos de que fue objeto.
En el momento presente co-existen dos filosofías: una meramente ‘desarrollista’, heredera del progreso iluminista, que suscribe que, en aras del desarrollo, debemos extraer los recursos sin operar demasiados cambios en las tecnologías propias de la razón expansiva/ecocida moderna, apelando solamente a la regla costo-beneficio.
La visión contraria considera que es urgente mutar nuestra forma de estar en el mundo, para no continuar dañando cada vez más el sutil tejido de la vida. Se trata de modificar los cimientos mismos de una cosmovisión. Es así que en muchas de las nuevas corrientes de pensamiento, representadas por una pluralidad de alternativas, existe al menos la pregunta acerca de esta novedad arcaica de la Tierra viva.
De todas maneras la arqueología, la antropología y la historia nos han ido ofreciendo segmentos de la visión de la mente humana tal como era antes de nuestra propia época. Incluso en el momento presente existen supervivencias de otras cosmovisiones, sobre todo en ámbitos multiculturales como lo son, en su mayoría, las sociedades contemporáneas.
Ahora bien: ¿qué sucedía en los albores de la humanidad?
En líneas generales, los/las estudiosos/as coinciden en afirmar que estos pueblos primitivos veneraban la Tierra, y que su sensibilidad religiosa gravitaba alrededor del culto a la misma. Tierra y Diosa se identificaban en tanto generadoras/regeneradoras de vida: natalidad y abundancia eran lo propio de la Diosa. Ella alimentaba y destruía; se presentificaba en los contornos del paisaje y se la representaba en efigies.
Podemos rastrear el movimiento que se aleja de esta conciencia de la Gran Madre Primordial para acercarse a deidades masculinas dominantes y sociedades patriarcales, a medida que las culturas se vuelven cada vez más sedentarias, definidas y complejas, así como más guerreras, al endurecerse la conciencia territorial y aumentar el uso tecnológico del metal. Todo esto significa importantes mutaciones en las conciencias que pasan, desde una simbiosis con el entorno, desde –tal vez- logos sensoriales, a “un estado más duro del ego personal, cada vez más aislado, independiente de la materia, transitando el desierto itinerario de la lógica y el tiempo lineal.” (Devereaux P. / Steele, P.y Kubrin, D., 1991).
En el mundo olvidado, el reino mineral, vegetal y animal se considera inseparable del tejido vital que nace, desaparece y renace en eternos ciclos. Todo se relaciona con la Tierra quien, a pesar de los cambios, siempre permanece idéntica.
En muchos de nuestros antepasados (y en algunas culturas indígenas actuales) la Tierra es algo que infunde temor reverencial y acredita respeto. Es la Madre Tierra Primordial que existe desde el principio y, sin embargo, siempre renace en alguna nueva encarnación de la energía vital.
Los paisajes también están –entonces- entretejidos de memoria; los lugares se señalan también en función de haber sido escenario de acciones, confrontaciones, revelaciones y emociones. Se habita en algo así como un entorno interactivo consciente (Ibid.), donde las piedras y las rocas tienen memoria:
(...) hasta las rocas, que parecen mudas mientras se achicharran bajo el sol en la playa silenciosa, se estremecen a causa del recuerdo de acontecimientos emocionantes relacionados con la vida de mi gente.
(Fragmento del discurso del Jefe Seattle en 1854)
También en el lenguaje se halla incrustada la visión del mundo de estas culturas: las palabras están unidas a las cosas.
Antes de que se usara el lenguaje para manipular y controlar, las palabras eran pautas vibratorias creativas que no se oían meramente, sino que constituían agentes mágicos de comunicación. Por ejemplo, los indios bella coola del estado de Washington sabían que los árboles y las personas podían hablarse en el pasado lejano y, aunque los seres humanos habían olvidado el lenguaje de los árboles, los árboles todavía entendían el habla humana. (Hughes, D.J. 1983, en Devereaux/otros, op. cit.: 20)
El biólogo Lewis Thomas, basándose en estudios lingüísticos de distintas culturas, llevados a cabo en el siglo XIX, observa:
Es agradable saber que un lenguaje común de hace quizá veinte mil años tenía una palabra raíz para designar la Tierra que mucho más adelante se transformó en el término técnico que corresponde a los polímeros complejos que constituyen los tejidos conjuntivos del suelo, el ‘humus’. Hay algo extraño, sin embargo, en la aparición, a partir de la misma raíz, de palabras tales como ‘humano’ y’ humanitario’
(Conferencia de Thomas, L., Massachussets 1985 en op. cit.:21)
Cabe destacar, en este orden de ideas, que mientras nuestra civilización priorizó el sentido de la vista ( logos optikos) antes que el del oído, en los habitantes del ‘mundo encantado’ pareciera haber dominado tanto la escucha como el olfato y las experiencias sensoriales cruzadas: escuchar un perfume, visualizar lo cálido, lo frío, saborear un color. Tal vez logos sensoriales hoy en retirada ante la ciudadanización de la vida.
El chamán –por ejemplo- es algo así como un ecologista espiritual en tanto mantiene el equilibrio entre su tribu y la eco-región en que se inserta la misma. Es el que, en palabras de Mircea Eliade (1972) recordaba los comienzos. Esta capacidad de ‘recordar’ o recobrar, mediante un estado alterado de conciencia, luego de trasponer el ‘velo del olvido’ (como el despertar de un sueño misterioso, por ejemplo) - el estado normal de conciencia, se llama retención de estado cruzado. Este proceso requiere un profundo conocimiento de los ciclos biológicos del nacimiento, vida, muerte y regeneración de todos los fenómenos. A la vez, esta búsqueda se lleva a cabo, además de las múltiples ceremonias (canto, bailes, rezos, percusiones, etc.), mediante el uso del peyote o el mezcal. Esto tal vez revelaba que
la naturaleza quiere que la articulen, quiere que la reconozcan cono fuente de información y como ser cohesivo con intencionalidad. Compartimos esta planta con algo inteligente. No es inteligente de modo abstracto, incomprensible, sino de modo concreto, de un modo que podemos comprender.
(Devereaux/ otros, op. cit.: 23)
Las plantas tienen también la función de enseñar el itinerario hacia el latido del corazón de la Tierra: lo arrítmico se visibiliza de tal modo que puede el chamán operar la corrección ritual.
En fin, como lo señalan muchos estudios de antiguas culturas, la Naturaleza en ellas se presenta como un ‘todos juntos’, como un con-vivir de animales, plantas, seres humanos, espíritus, etc. Y en la actualidad:
Los Black Hills de Dakota del sur se conocen con el nombre de Paha Sapa, que significa “Corazón de la Tierra Madre”: durante incontables siglos estas montañas se han utilizado para la búsqueda de visiones sagradas porque las consideraban las puertas que daban entrada a dimensiones espirituales. En la región de Tour Corners ded la meseta de Colorado, las investigaciones atmosféricas de Joan Price han demostrado que las montañas tienen ciclos de respiración, igual que los seres humanos. En la base de San Francisco Peaks, en Arizona, en medio de lugares sagrados tanto para los hopo como para los navajos, la cueva Wupatki inhala y exhala aire cerca de cincuenta kilómetro por hora durante ciclos de seis horas y hay, como mínimo, siete montañas sagradas que respiran y tienen ‘sistemas pulmonares’ compuestos por cuevas de viento que, según se cree, vivifican la meseta. (Ibid: 26)
Sabemos, asimismo por la voz de los/as estudiosos/as que desde tiempos inmemoriales en diferentes tribus de pueblos originarios, era común la creencia de que todas la formas de vida salían del vientre de la Tierra y que ésta era profundamente honrada y respetada como Madre: la Nuna de los esquimales, Tacoma de los salís, Maka Ina de los sioux oglalas, Iyatiku de los keres, Kokiang Wuthi de los hopi, La Mujer Cambiante de los navajos, Coatlicue de los aztecas, la Pachamama de nuestros quechuas y aymaras, etc. (Loc. cit.)
Bárbara Walkers (1983) señala el hecho de que a la Tierra se le han dado siempre nombres femeninos: Asia, Africa, Europa, Libia, Rusia, Anatolia, Lacio, Holanda, China, Jonia, Caldea, Escocia, Irlanda. O, en otros contextos, se la conocía como Mawu en Africa, Ninhursag en Sumer, Hepat en Babilonia, Isis o Hator en Egipto, Inana, Astarté, Ishtar o Asherah en Oriente medio, Rhea en Creta, Kubaba en Turquía, Cibeles en Grecia, Semele en Tracia, etc.
Lo que une a todas estas representaciones es la idea de una deidad femenina, venerable como Diosa. O, como dirían muchas culturas actuales que revalorizan lo femenino: en el principio no era el verbo sino el útero, el huevo cósmico de donde surge toda vida.
En fin, nuestros ancestros habitaban en el seno de un gran organismo vivo. Esta sintonía con la vitalidad de la Tierra/Naturaleza se mantuvo en la tradición alquímica, en el hermetismo, en la magia renacentista: la idea común que unía a tales prácticas era la de una Materia/Sustancia viva
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Ahora bien, retomando el tema principal que evidencia la Diosa en sus infinitas formas, es que no hay muerte sino re-generación.
Mircea Eliade asevera que tal vez fue el antiguo concepto de Tierra Madre portadora de menas embrionarias lo que cristalizó la fe en la trasmutación artificial propia de la ciencia alquímica: se creía que los metales tenían vida propia, al igual que los vegetales y animales. El origen de las operaciones alquímicas debe estar en las labores de mineros, herreros y fundidores. Pero el ‘descubrimiento’ de la ‘sustancia viva’ fue el despegue- por así decirlo- de la práctica alquímica, la cual consideraba que podía acelerar el crecimiento metalifero pues igualmente, a lo largo de eones, el plomo se convertiría en cobre, el cobre en hierro, el hierro en estaño, el estaño en mercurio, el mercurio en plata, y finalmente, la plata en oro (ver Eliade, M., 2001)
En síntesis: las prácticas alquímicas suponían una matriz viva fuente de todas las sustancias: la Tierra tenía “venas” que la cruzaban y por las cuales circulaba el agua y las “semillas” de los metales y de otras sustancias. El alquimista “ayudaba a dar luz” sólo lo que se había llevado a término dentro del “útero” de su retorta: es interesante notar la abundancia de las metáforas de género y de la unión amorosa en el lenguaje alquimista. (Cfr. Keller, E.F., 1989)
También la alquimia es una enseñanza secreta que busca una re-generación y que se transmite de maestro a aprendiz, de boca a oído:
La “regeneración” se producía también, mediante el soma védico (probablemente un hongo alucinógeno), el hacma iranio, la ambrosía griega y el legendario caldero celta que contenía un alimento maravilloso. No es otro el sentimiento que los cristianos han atribuído a la Eucaristía o cuerpo de Jesucristo que aparece en la hostia consagrada por un sacerdote (Corbière, E. J., 2001: 106)
El culto a la Tierra/Naturaleza en su fertilidad fue el zócalo de la alquimia y muchos de sus rituales tienen que ver con el ‘regreso a los orígenes’.
En la India antigua se reproducía en regressus ad uterum donde el protagonista se veía recluído en una cabaña que representaba simbólicamente la matriz: el individuo en cuestión se convertía así en un embrión. Al abandonar la cabaña se simbolizaba el embrión saliendo del útero, y se le proclamaba “nacido en el mundo de los dioses” (…)
(Loc cit.)
También en la tradición ayurvédica se registra una parte dedicada al rejuvenecimiento o rasayana: “la vía de la savia orgánica”. En el taoísmo se describe la técnica de la “respiración embrionaria”.
En la antigua tradición hebrea, la creencia de que la Tierra está viva se relaciona con la Shekinah (presencia divina que mora en el mundo), el poder femenino de Dios y que corresponde a la Cábala. No es esta tradición la que se impuso sino la del patriarcal Dios de la Tora.
En fin existen multiplicidad de ejemplos en tradiciones diferentes acerca de la identificación de la Tierra con alguna deidad: la Diosa Serpiente con pechos desnudos de la Creta minoica del 1400 a.C. , entre otras.
Gaia o Gea gozó de un culto bastante extendido en Grecia pero con el tiempo otras divinidades de la tierra la sustituyeron (Cfr. Eliade; M., 1972), como las de los invasores indoeuropeos y luego por los patriarcales dioses del Olimpo como el Zeus de los dorios.
Un estudio interesante aportado por Marija Gimbutas en su lectura de rastros arqueológicos de la ‘cultura de la diosa’ (en la antigua Europa y en algunas regiones de Asia) da cuenta de que -en especial en el neolítico- cuando nuestros ancestros se establecían en comunidades dedicadas a la agricultura y la crianza de ganado, se destaca lo siguiente: no existe imaginería que idealice el poder armado, la crueldad y la fuerza violenta, no hay guerreros o escenas de batallas de “heroicos conquistadores”, no hay representaciones de cautivos encadenados u otras evidencias de esclavitud. Tampoco existen rastros de tumbas de caudillos o gobernantes poderosos, ni escondites de armas u otros signos de aplicación de alguna tecnología o recurso natural para su fabricación. De ello infiere que esta época, caracterizada por el culto a la Diosa/Tierra/Madre fue mucho más pacífica de lo que se interpretó. Vivían en una pacífica sociedad igualitaria basada en un sistema matrilineal y sus artes y oficios se inspiraban en la creencia, el respeto y la devoción por la Diosa.
Sin embargo, el curso de esta evolución cultural fue interrumpido por invasores provenientes de áreas periféricas del nordeste asiático y europeo (‘kurganes’ o ‘kurgos’) que desde fines del 5000 hasta el 2800 a.C iniciaron sucesiva oleadas con sus caballos domesticados, sus armas y sus deidades guerreras . Las Diosas mutaron –tal vez- en consortes de los dioses guerreros. Se impuso la jerarquía en el registro social y por tanto en el psiquismo (Cfr. Eisler, R., 1990; Gimbutas, M., 1991).
Pero más allá de la imposición de la jerarquía y de este patriarcado, la creencia en que la materia estaba viva y que, por tanto habitábamos en un entorno interactivo, se mantuvo en el tiempo: en los filósofos presocráticos como Tales, Anaxímenes, Anaxágoras en algún sentido, el médico Hipócrates con su visión holística y su creencia de una “respiración común”; Pitágoras y aún Platón en el Timeo.
Cristianismo oficial y Naturaleza
En líneas generales no es exagerado afirmar que el cristianismo ‘oficial’ fue alterando la creencia en algo así como el espíritu de la Tierra y erradicando, por consiguiente todo rastro de la cultura de la Diosa. El reino de la materia se consideró un impedimento para la vida del ‘espíritu’: la vida en la Tierra no será más que un alto en el camino hacia la absolución del pecado original y, por lo tanto transitoria. La esperanza se instalará en el más allá. El tiempo devendrá lineal, fracturándose el de la Naturaleza entendido como nacimiento, crecimiento, muerte y regeneración.
Por supuesto que durante la Edad Media persistieron una serie de creencias concomitantes con la tradición de la alquimia, la elección de lugares sagrados y el rostro femenino de Dios, entre otras.
En general, los ritos pre-cristianos fueron asimilados a la forma oficial y los que continuaban sacralizando a la Naturaleza se consideraron ‘paganos’.
Renacentistas y modernos
En el Renacimiento reflotará una fuerte tradición hermética, mágica y alquimista: la Physis será ahora “indagada en sus enigmas por un mago pero con todos los recursos que le brinda le época”. En general ellos comparten –con diferencias- la creencia en la metáfora orgánica acerca de la Tierra:
• Leonardo, Agripa, Cardano, Telesio, Paracelso (primera época: entre s.XV y comienzos del s.XVI
• Bruno, Campanella, Fludd (fines del s.XVI y comienzos del XVII): quienes abren la posibilidad de otra lectura de la Naturaleza contraria a la supuesta unanimidad de las nuevas imágenes del mundo.
Los ejemplos son muchos dentro de esta tradición renacentista respecto a su relación con este organismo vivo que es la Naturaleza. Sintéticamente, este naturalismo destaca:
• El universo dividido en dos regiones: microcosmos y macrocosmos mutuamente relacionados, que se rigen con el modelo del “gran animal”
• Una unificación del mundo: los fenómenos se deben a fuerzas de tipo animal que operan de modo ininteligible para nosotros y que sólo el sabio o mago conoce o domina.
• La importancia en la ciencia alquímica –por ejemplo- de las metáforas de género: en el plano simbólico domina la fuerte convicción de la paridad entre masculino/femenino. El matrimonio es la metáfora alquímica del principio de armonía presente en las relaciones del Sol y la Luna, de la forma con la sustancia, del espíritu con la materia.
Uno de los ejemplos sobresaliente es el enigmático Paracelso cuyas enseñanzas volverán a ser retomadas en el interesante período de 1640 a 1650 en la Inglaterra de la agitación que culminará con el triunfo de la revolución de 1688. Lo que cabe destacar de este período es que la revitalización de la Filosofía hermética y mágica entre los radicales políticos y religiosos (“entusiásticos”), la creencia en la vitalidad de la Naturaleza tiene que ver con la resistencia al capitalismo expropiador de sus tierras.
El historiador Christopher Hill ha aportado estudios muy interesantes respecto a la época que va de 1645 a 1660: Inglaterra se vio envuelta en un sugerente flujo de ideas que subvertían todos los valores de la vieja sociedad jerárquica e incluso de la misma ética protestante. Quienes suscribían estas ideas eran los Levellers, Diggers,Mugletonians, Familists, Fifth Monarchy Men, Ranters, Seekers, cuya religión era una mezcla de hermetismo, parecelcismo o alquimia soteriológica. Pero, por sobre todas las cosas, su visión de la Naturaleza era completamente opuesta a la de la ciencia mecánica. Winstanley, un representante de estos grupos decía:
En un principio, el gran creador, la Razón, hizo la tierra para que fuera un lugar común, para mantener a las bestias, a los pájaros, a los peces y al hombre. (…) Ni una sola palabra se dijo en el principio de que una rama de la humanidad fuese a dominar a la otra (…) Pero (…) las imaginaciones egoístas (…) erigieron a un hombre para que enseñara y dominara a otro. Y de este modo (…) el hombre fue sometido a esclavitud y se convirtió respecto a algunos hombres de su propio género en un mayor esclavo de lo que las bestias del campo lo eran para él. Y con ello, la tierra (…) fue rodeada de cercas por los maestros y dominadores (…). Y esta tierra, que está dentro de la creación y que constituyó un almacén común para todos, es comprada y vendida y retenida en manos de unos pocos, con lo que le gran Creador es sumamente deshonrado (…)
Los hombres más pobres tienen un título tan verdadero y un derecho tan justo a la tierra como los hombres ricos (…) La verdadera libertad reside en el libre disfrute de la tierra (…) Si el pueblo llano no tiene en Inglaterra otra libertad que la de vivir entre sus hermanos y trabajar para ellos a cambio de un salario ¿qué mayor libertad tiene en Inglaterra de la que podíamos tener en Turquía o en Francia? (Hill, C, 1983: 121-122)
Tal vez lo que en ese momento unía a grupos tan disímiles de la Inglaterra del siglo XVII, era –entre otras cosas y salvando las distancias para acercarnos a nuestro presente signado por la imparable apropiación de tierras- la misma nostalgia por el mundo perdido, por el conocimiento tácito entretejido entre nosotros y las cosas, la angustia por el exilio de la convivialidad paralela a la devastación del oikos.
Estos movimientos que vislumbraban la posibilidad de una sociedad capaz de sostener la propiedad comunitaria de la tierra y donde “cada árbol, cada roca o corriente de agua reflejaba las maravillas de la creación”, fueron derrotados después de 1660 y definitivamente con la eliminación del antiguo régimen en 1688: contra el mundo organísmico de los “entusiastas”, se impuso la doctrina según la cual la realidad, en el nivel más profundo, consiste sólo en la materia y el movimiento de los átomos y partículas subyacentes que forman el cosmos. Lo que definirá una cosa será la cantidad de materia y movimiento, medidas cuantitativas del mundo. Lo demás, los sonidos, los colores, las texturas y los olores serán sólo “cualidades secundarias”. (Berman, M, 1987)
Al final de la década de 1650 en Inglaterra se inicia una feroz compaña contra los “entusiastas” de la alquimia que concluirá con la institucionalización de la nueva ciencia mecánica a través de la creación de la Royal Society (1662) que, en líneas generales, significará para muchos de sus miembros la concreción del programa saber/poder baconiano y, para nuestra perspectiva, el comienzo de la muerte de la naturaleza.
Pero también la secularización de la Naturaleza dejará intacta la ecuación mujer-naturaleza. Ahora ambas son ahora mecánicas en parte y demoníacas en parte. Sin embargo, después que se haya apaciguado la creencia en la brujería, la naturaleza (que era todavía femenina) se convertirá en una máquina.
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Resumiendo entonces: desde el XVI en adelante se construirá en Europa Occidental una nueva forma de percepción de la realidad sintetizada en el definitivo distanciamiento humanidad / naturaleza y, consecuentemente en la pérdida de la simbiosis originaria en la cual la vitalidad de la interconexión ecológica iba de suyo.
Con la revolución científica, la filosofía mecánica legitimará el nuevo sistema de creencias: la naturaleza es ahora masa neutra de átomos en movimiento (Newton) . O lo que es lo mismo, naturaleza muerta y ello no sólo permite sino provoca concebir el poder en la medición y el cálculo de la ideología burguesa y el capitalismo.
En consecuencia el planeta es dominantemente, solo una rica fuente de minerales y demás recursos a comercializarse.
El mundo abstracto heredado de este proyecto moderno habrá de colonizar –en adelante- todas nuestras cogniciones.
Conclusión
Hay quienes hoy concientizan que uno de los efectos del ver-hacer formalizante del científico cautivo, es la devastación ‘colateral’ de la Tierra/Naturaleza. Y se manifiestan pluralidad de voces contra la “Ciencia Real” y los científicos rehenes. Más aún, desde la mecánica cuántica se relativiza radicalmente la noción de ‘objeto’ para subordinarla a la de acontecimiento, siendo éste la medida hecha por el instrumento.
El objeto de la física ya no es la descripción de la realidad en sí, sino la descripción de la experiencia humana comunicable, es decir, la experiencia de las observaciones y medidas (Ricard, M. / Thuan; X., 2001)
Sin embargo- a pesar de los nueva ciencia- no se ha producido la descolonización de nuestras cogniciones newtonianas demasiado newtonianas. A la vez continuamos reiterando el gesto desvalorizante hacia culturas “pre-modernas” en las que no existe la distinción humanidad-naturaleza; en las cuales humanos y no humanos están entretejidos entre sí en un universo moral compartido, en donde la vida es de suyo interdependiente.
Desde el paradigma cuántico se sabe que cuanto más nos adentramos en el mundo sub-microscópico, más se llega a ver a éste como un sistema de componentes inseparables, inter-relacionados y en constante movimiento, en el cual el observador constituye una parte integral de dicho sistema.
Como ya lo señalaban muchos estudiosos, esta visión es muy parecida a la que presenta el misticismo oriental presente en los Vedas, el I Ching o en los Sutras del Budismo: allí el mundo es orgánico; todas las cosas y sucesos percibidas por los sentidos están conectadas e interrelacionadas: son aspectos de una realidad última a la cual es posible acceder sólo por “iluminación” trascendiendo al individuo aislado. En fin, el cosmos es una realidad inseparable, siempre en movimiento, vivo, orgánico, espiritual y material al mismo tiempo.
Sabemos que el pensamiento analítico y racional que disecciona para conocer es un impedimento para la comprensión de los ecosistemas, pues aquél es lineal “en tanto que la conciencia ecológica surge de la intuición de un sistema no lineal” (F.Capra).
Grandes debates se han generado en el seno de esta cultura emergente, unida sin embargo, en el deseo común de cambiar la narración dominante y fragmentadora del mundo.
Sin embargo este tipo de discusiones no se han instalado en nuestros ámbitos educativos. Nuestra ciencia occidental, transmitida a través de los libros de texto en las instituciones educativas, refuerza la relación espectadora e instrumental entre los seres humanos y su entorno: sus narraciones destacan lo que es central para el grupo dominante. Las consecuencias ecológicas del modo de vida así reproducido, no son aludidas: los valores asociados al progreso tecnológico, al consumismo y hasta los “recursos naturales” son presentados como objetivos a alcanzar en tanto personas de éxito.
Sin embargo –aunque demasiado tarde- nuestra conciencia subliminal direcciona hacia la idea de una Tierra/Naturaleza viva con la cual co-evolucionamos. Tal vez la misma de nuestros ancestros más arcaicos…
Quizá en el seno de esta nueva espiritualidad orientada a la Tierra y post- patriarcal, exista la posibilidad de descolonizar nuestras cogniciones –y actuar en consecuencia- haciendo carne de que la interdependencia de los seres humanos, animales, plantas es la única alternativa para construir el país de utopía.
Tarea difícil desmontar del discurso académico el andamiaje conceptual que aún crítico, continúa reproduciendo el gesto moderno del distanciamiento, de la disociación manifiesta en nuestra lógica discursiva.
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Ana Simesen de BielKe*
Resumen
Se intenta re-pensar la crisis ecológica desde una perspectiva histórico-filosófica, seleccionando segmentos de cosmovisiones que ensalzan la vitalidad de la Tierra/ Naturaleza considerada como un gran organismo incluyente, hasta la conversión en la modernidad en masa neutra de átomos en movimiento y, por ende, despojada valorativamente a efectos funcionales al diseño capitalista. Se reflexiona, asimismo acerca de la necesidad de descolonizar nuestras cogniciones acordes aún, con aquél modelo ecocida, a pesar de los nuevos paradigmas.
Palabras clave
Ecocidio, metáfora orgánica/ metáfora mecánica; Madre Primordial; Tierra/Naturaleza, ecologismo, interconexión, simbiosis.
Breve Historia:
Es un pecado herir y cortar, desgarrar o rasguñar a nuestra madre común para trabajos agrícolas. Me pedís que roture la tierra. ¿Acaso tomaría yo un cuchillo para hundirlo en el seno de mi madre? Pero si así lo hiciere, cuando estuviese muerto ella no me tomaría ya en su seno. ¿Me pedís que remueva la tierra y quite de ella las piedras? ¿Sería yo acaso capaz de mutilar sus carnes a fin de llegar a sus huesos? Pero entonces no podría ya más entrar en su cuerpo para nacer de nuevo. ¿Me pedís de cortar la hierba y el heno y venderlo, enriqueciéndome con ello como los blancos? Pero ¿cómo me atrevería yo a cortar la cabellera de mi madre?
(en Eliade, M., 1961: 187)
Un miedo fantasmal recorre nuestro presente. Azorados/as nos descubrimos ciudadanos/as de un planeta en agonía. Y volvemos atrás tratando de encontrar el origen de nuestras ‘verdades’. ¿Cuándo se instaló en nosotros/as aquel diseño conceptual acorde con la destrucción de nuestro oikos? ¿Cómo penetró tan profundamente hasta polucionar los estratos más íntimos de nuestras sintonías vitales? ¿Hubo otros momentos de nuestra evolución cultural que implicasen vínculos más solidarios entre Hombres/Mujeres/Naturaleza?
Nosotros/as habitantes de este contexto globalizado en el que –sin embargo- aún perviven retazos de memorias ancestrales, sobre todo en los agónicos pueblos originarios, sabemos corporalmente de nuestra pertenencia a la Madre Terrenal. Que ella está en nosotros/as y nosotros/as en ella…Que –tal vez- desde la presencia del problema ecológico ya no resulta un pecado de ‘lesa Academia’ intentar incursionar por aquello que se identificara con lo retrógado, con lo ‘no desarrollado’, en el intento de re-conocer formas no instrumentales de contactar con la Tierra, el aire, el subsuelo, los animales, las plantas, las energías vivificantes de todos ellos…
Nosotros/as intelectuales cansados/as de haber depositado la potencia fálica en la mente/conciencia todavía cartesiana. Nosotros/as en busca del cuerpo perdido. Pero del Cuerpo en el que habitamos como humanidad donde lo propio es la simbiosis, la interconexión que emerge sólo en esta ‘conciencia subliminal’ de una Tierra/Naturaleza ‘encantada’…
Volveremos –una vez más- a esa entidad geopsíquica que se ha dado en llamar modernidad cronológica para indagar allí acerca del comienzo de este prolongado final.
Los diferentes diagnósticos acerca de este período coinciden en señalar que es allí donde- dominantemente- se han establecido las condiciones de posibilidad de un presente ‘insustentable’. Es allí donde afianza el capitalismo, su ciencia funcional y, en consecuencia, el germen del posterior cientificismo en tanto ideología que apuesta por la transparencia de lo real. Allí es donde se escinde política de ética; donde se cimentan los pares dicotómicos civilización/barbarie; cultura/naturaleza; espíritu/materia; mente/cuerpo; metrópolis/colonia; blanco/negro; hombre/mujer, etc.. Y donde se jerarquiza el término que aparece en primer lugar en desmedro del segundo.
Nos interesa particularmente el par cultura/naturaleza pues desde allí puede encontrarse una de las formas de análisis de nuestro tema: la destrucción de la Tierra/ Naturaleza. La crisis ecológica - tiene que ver con todas las instancias de la vida, con la incipiente conciencia de ser habitantes de una comunidad con el mismo destino.
Carolyn Merchant ha demostrado sólidamente cómo le fue funcional al capitalismo –entre 1500 y 1700- vaciar paulatinamente de todo contenido orgánico y ético la Tierra-Naturaleza, haciendo prevalecer una determinada imagen mecánica que nunca más será asociada con ningún rasgo femenino (como lo era a través de la metáfora orgánica).
Para la teoría orgánica resultó clave la identificación de la naturaleza –y la Tierra en primer lugar- con una madre nutriente: un ser femenino suavemente benefactor que se ocupa de las necesidades de la humanidad en un universo ordenado, planificado. Sin embargo, prevaleció también otra imagen opuesta de la naturaleza como ser femenino: una naturaleza feroz, imposible de controlar, capaz de provocar violencia, tempestades, sequías y un caos generalizado. Ambas se identificaron con el sexo femenino y fueron proyecciones de la percepción humana sobre el mundo exterior.
(Merchant, C., 1980, la traducción es nuestra).
La primera imagen fue desapareciendo con el avance de la revolución científica. La segunda imagen trae consigo una importante idea moderna: la necesidad de dominar la naturaleza.
*
Hoy se sabe –desde la ciencia misma- que la condición de toda vida es la interdependencia, la no segmentación, la conexión ecológica y socio-ecológica. Pareciera cerrarse el círculo: de una Tierra/Naturaleza viva (la metáfora orgánica) a su ‘muerte’ en la modernidad’ hasta el intento de resucitar esta ‘novedad arcaica’ en nuestro presente.
El ecocidio ha devenido un problema de alta condensación política. Y no ya de política mutada ‘techne’. Sino de una política que requiere reinstalar el debate ético en el corazón mismo de nuestro mundo globalizado pues la muerte de la naturaleza es la muerte por hambre de la parte más numerosa de la humanidad- nuestro pobres- y luego del autoexterminio del sector más ‘inteligente’ de la Tierra/Naturaleza…
Vale la pena intentar una vez más pensar de qué modo hubiese sido posible un devenir diferente en donde el mundo permaneciera ‘encantado’ y donde el asombrarse niño ante la maravilla de la presencia múltiple de la vitalidad fuese de suyo…
En el presente trabajo se intentará soslayar segmentos de nuestra evolución cultural en los cuales está presente la idea de una Tierra/Naturaleza viva –es decir la metáfora orgánica – hasta la entrada en la modernidad y su desplazamiento hacia la metáfora mecánica que legará la perspectiva de una naturaleza inerte, masa neutra de átomos en movimiento, sin ninguna connotación valorativa y, en consecuencia, libre para ser explotada sin restricciones. Pues si desde allí el mundo ha devenido abstracto y la naturaleza formalizada, como convino al capitalismo, por su misma esencia hiperproductiva basada en un concepto de desarrollo asociado al progreso, entonces se abandona para siempre la concepción biológica de aquél , en tanto regreso cíclico de un pasado, para trasvestirse en la reconstrucción de un futuro inédito: se oculta así la oscuridad de las finalidades, la ausencia de un modelo constructor y el carácter incierto de este desarrollo (Véase Attali, J./ Castoriadis, C./ Morin, E., 1977)
¿Nuestros ancestros?
Según es sabido entonces, la Modernidad ha legado una perspectiva abstracta acerca de la Tierra-Naturaleza, a la vez que ha sido el motor de un despliegue tecnológico inquietante que nos encuentra, como humanidad, casi al borde de la extinción de nuestro oikos.
Sin embargo, fue la tecnociencia moderna espacial la que lanzó al mundo una visión de la Tierra - en algún sentido- viva, activando algo así como vestigios de memorias ancestrales impulsoras de la necesidad de cuidarla.
Es probable que éste sea el motivo por el cual la teoría de Lovelock haya tenido tanta acogida en los movimientos ecologistas, aún con todos los reparos de que fue objeto.
En el momento presente co-existen dos filosofías: una meramente ‘desarrollista’, heredera del progreso iluminista, que suscribe que, en aras del desarrollo, debemos extraer los recursos sin operar demasiados cambios en las tecnologías propias de la razón expansiva/ecocida moderna, apelando solamente a la regla costo-beneficio.
La visión contraria considera que es urgente mutar nuestra forma de estar en el mundo, para no continuar dañando cada vez más el sutil tejido de la vida. Se trata de modificar los cimientos mismos de una cosmovisión. Es así que en muchas de las nuevas corrientes de pensamiento, representadas por una pluralidad de alternativas, existe al menos la pregunta acerca de esta novedad arcaica de la Tierra viva.
De todas maneras la arqueología, la antropología y la historia nos han ido ofreciendo segmentos de la visión de la mente humana tal como era antes de nuestra propia época. Incluso en el momento presente existen supervivencias de otras cosmovisiones, sobre todo en ámbitos multiculturales como lo son, en su mayoría, las sociedades contemporáneas.
Ahora bien: ¿qué sucedía en los albores de la humanidad?
En líneas generales, los/las estudiosos/as coinciden en afirmar que estos pueblos primitivos veneraban la Tierra, y que su sensibilidad religiosa gravitaba alrededor del culto a la misma. Tierra y Diosa se identificaban en tanto generadoras/regeneradoras de vida: natalidad y abundancia eran lo propio de la Diosa. Ella alimentaba y destruía; se presentificaba en los contornos del paisaje y se la representaba en efigies.
Podemos rastrear el movimiento que se aleja de esta conciencia de la Gran Madre Primordial para acercarse a deidades masculinas dominantes y sociedades patriarcales, a medida que las culturas se vuelven cada vez más sedentarias, definidas y complejas, así como más guerreras, al endurecerse la conciencia territorial y aumentar el uso tecnológico del metal. Todo esto significa importantes mutaciones en las conciencias que pasan, desde una simbiosis con el entorno, desde –tal vez- logos sensoriales, a “un estado más duro del ego personal, cada vez más aislado, independiente de la materia, transitando el desierto itinerario de la lógica y el tiempo lineal.” (Devereaux P. / Steele, P.y Kubrin, D., 1991).
En el mundo olvidado, el reino mineral, vegetal y animal se considera inseparable del tejido vital que nace, desaparece y renace en eternos ciclos. Todo se relaciona con la Tierra quien, a pesar de los cambios, siempre permanece idéntica.
En muchos de nuestros antepasados (y en algunas culturas indígenas actuales) la Tierra es algo que infunde temor reverencial y acredita respeto. Es la Madre Tierra Primordial que existe desde el principio y, sin embargo, siempre renace en alguna nueva encarnación de la energía vital.
Los paisajes también están –entonces- entretejidos de memoria; los lugares se señalan también en función de haber sido escenario de acciones, confrontaciones, revelaciones y emociones. Se habita en algo así como un entorno interactivo consciente (Ibid.), donde las piedras y las rocas tienen memoria:
(...) hasta las rocas, que parecen mudas mientras se achicharran bajo el sol en la playa silenciosa, se estremecen a causa del recuerdo de acontecimientos emocionantes relacionados con la vida de mi gente.
(Fragmento del discurso del Jefe Seattle en 1854)
También en el lenguaje se halla incrustada la visión del mundo de estas culturas: las palabras están unidas a las cosas.
Antes de que se usara el lenguaje para manipular y controlar, las palabras eran pautas vibratorias creativas que no se oían meramente, sino que constituían agentes mágicos de comunicación. Por ejemplo, los indios bella coola del estado de Washington sabían que los árboles y las personas podían hablarse en el pasado lejano y, aunque los seres humanos habían olvidado el lenguaje de los árboles, los árboles todavía entendían el habla humana. (Hughes, D.J. 1983, en Devereaux/otros, op. cit.: 20)
El biólogo Lewis Thomas, basándose en estudios lingüísticos de distintas culturas, llevados a cabo en el siglo XIX, observa:
Es agradable saber que un lenguaje común de hace quizá veinte mil años tenía una palabra raíz para designar la Tierra que mucho más adelante se transformó en el término técnico que corresponde a los polímeros complejos que constituyen los tejidos conjuntivos del suelo, el ‘humus’. Hay algo extraño, sin embargo, en la aparición, a partir de la misma raíz, de palabras tales como ‘humano’ y’ humanitario’
(Conferencia de Thomas, L., Massachussets 1985 en op. cit.:21)
Cabe destacar, en este orden de ideas, que mientras nuestra civilización priorizó el sentido de la vista ( logos optikos) antes que el del oído, en los habitantes del ‘mundo encantado’ pareciera haber dominado tanto la escucha como el olfato y las experiencias sensoriales cruzadas: escuchar un perfume, visualizar lo cálido, lo frío, saborear un color. Tal vez logos sensoriales hoy en retirada ante la ciudadanización de la vida.
El chamán –por ejemplo- es algo así como un ecologista espiritual en tanto mantiene el equilibrio entre su tribu y la eco-región en que se inserta la misma. Es el que, en palabras de Mircea Eliade (1972) recordaba los comienzos. Esta capacidad de ‘recordar’ o recobrar, mediante un estado alterado de conciencia, luego de trasponer el ‘velo del olvido’ (como el despertar de un sueño misterioso, por ejemplo) - el estado normal de conciencia, se llama retención de estado cruzado. Este proceso requiere un profundo conocimiento de los ciclos biológicos del nacimiento, vida, muerte y regeneración de todos los fenómenos. A la vez, esta búsqueda se lleva a cabo, además de las múltiples ceremonias (canto, bailes, rezos, percusiones, etc.), mediante el uso del peyote o el mezcal. Esto tal vez revelaba que
la naturaleza quiere que la articulen, quiere que la reconozcan cono fuente de información y como ser cohesivo con intencionalidad. Compartimos esta planta con algo inteligente. No es inteligente de modo abstracto, incomprensible, sino de modo concreto, de un modo que podemos comprender.
(Devereaux/ otros, op. cit.: 23)
Las plantas tienen también la función de enseñar el itinerario hacia el latido del corazón de la Tierra: lo arrítmico se visibiliza de tal modo que puede el chamán operar la corrección ritual.
En fin, como lo señalan muchos estudios de antiguas culturas, la Naturaleza en ellas se presenta como un ‘todos juntos’, como un con-vivir de animales, plantas, seres humanos, espíritus, etc. Y en la actualidad:
Los Black Hills de Dakota del sur se conocen con el nombre de Paha Sapa, que significa “Corazón de la Tierra Madre”: durante incontables siglos estas montañas se han utilizado para la búsqueda de visiones sagradas porque las consideraban las puertas que daban entrada a dimensiones espirituales. En la región de Tour Corners ded la meseta de Colorado, las investigaciones atmosféricas de Joan Price han demostrado que las montañas tienen ciclos de respiración, igual que los seres humanos. En la base de San Francisco Peaks, en Arizona, en medio de lugares sagrados tanto para los hopo como para los navajos, la cueva Wupatki inhala y exhala aire cerca de cincuenta kilómetro por hora durante ciclos de seis horas y hay, como mínimo, siete montañas sagradas que respiran y tienen ‘sistemas pulmonares’ compuestos por cuevas de viento que, según se cree, vivifican la meseta. (Ibid: 26)
Sabemos, asimismo por la voz de los/as estudiosos/as que desde tiempos inmemoriales en diferentes tribus de pueblos originarios, era común la creencia de que todas la formas de vida salían del vientre de la Tierra y que ésta era profundamente honrada y respetada como Madre: la Nuna de los esquimales, Tacoma de los salís, Maka Ina de los sioux oglalas, Iyatiku de los keres, Kokiang Wuthi de los hopi, La Mujer Cambiante de los navajos, Coatlicue de los aztecas, la Pachamama de nuestros quechuas y aymaras, etc. (Loc. cit.)
Bárbara Walkers (1983) señala el hecho de que a la Tierra se le han dado siempre nombres femeninos: Asia, Africa, Europa, Libia, Rusia, Anatolia, Lacio, Holanda, China, Jonia, Caldea, Escocia, Irlanda. O, en otros contextos, se la conocía como Mawu en Africa, Ninhursag en Sumer, Hepat en Babilonia, Isis o Hator en Egipto, Inana, Astarté, Ishtar o Asherah en Oriente medio, Rhea en Creta, Kubaba en Turquía, Cibeles en Grecia, Semele en Tracia, etc.
Lo que une a todas estas representaciones es la idea de una deidad femenina, venerable como Diosa. O, como dirían muchas culturas actuales que revalorizan lo femenino: en el principio no era el verbo sino el útero, el huevo cósmico de donde surge toda vida.
En fin, nuestros ancestros habitaban en el seno de un gran organismo vivo. Esta sintonía con la vitalidad de la Tierra/Naturaleza se mantuvo en la tradición alquímica, en el hermetismo, en la magia renacentista: la idea común que unía a tales prácticas era la de una Materia/Sustancia viva
***
Ahora bien, retomando el tema principal que evidencia la Diosa en sus infinitas formas, es que no hay muerte sino re-generación.
Mircea Eliade asevera que tal vez fue el antiguo concepto de Tierra Madre portadora de menas embrionarias lo que cristalizó la fe en la trasmutación artificial propia de la ciencia alquímica: se creía que los metales tenían vida propia, al igual que los vegetales y animales. El origen de las operaciones alquímicas debe estar en las labores de mineros, herreros y fundidores. Pero el ‘descubrimiento’ de la ‘sustancia viva’ fue el despegue- por así decirlo- de la práctica alquímica, la cual consideraba que podía acelerar el crecimiento metalifero pues igualmente, a lo largo de eones, el plomo se convertiría en cobre, el cobre en hierro, el hierro en estaño, el estaño en mercurio, el mercurio en plata, y finalmente, la plata en oro (ver Eliade, M., 2001)
En síntesis: las prácticas alquímicas suponían una matriz viva fuente de todas las sustancias: la Tierra tenía “venas” que la cruzaban y por las cuales circulaba el agua y las “semillas” de los metales y de otras sustancias. El alquimista “ayudaba a dar luz” sólo lo que se había llevado a término dentro del “útero” de su retorta: es interesante notar la abundancia de las metáforas de género y de la unión amorosa en el lenguaje alquimista. (Cfr. Keller, E.F., 1989)
También la alquimia es una enseñanza secreta que busca una re-generación y que se transmite de maestro a aprendiz, de boca a oído:
La “regeneración” se producía también, mediante el soma védico (probablemente un hongo alucinógeno), el hacma iranio, la ambrosía griega y el legendario caldero celta que contenía un alimento maravilloso. No es otro el sentimiento que los cristianos han atribuído a la Eucaristía o cuerpo de Jesucristo que aparece en la hostia consagrada por un sacerdote (Corbière, E. J., 2001: 106)
El culto a la Tierra/Naturaleza en su fertilidad fue el zócalo de la alquimia y muchos de sus rituales tienen que ver con el ‘regreso a los orígenes’.
En la India antigua se reproducía en regressus ad uterum donde el protagonista se veía recluído en una cabaña que representaba simbólicamente la matriz: el individuo en cuestión se convertía así en un embrión. Al abandonar la cabaña se simbolizaba el embrión saliendo del útero, y se le proclamaba “nacido en el mundo de los dioses” (…)
(Loc cit.)
También en la tradición ayurvédica se registra una parte dedicada al rejuvenecimiento o rasayana: “la vía de la savia orgánica”. En el taoísmo se describe la técnica de la “respiración embrionaria”.
En la antigua tradición hebrea, la creencia de que la Tierra está viva se relaciona con la Shekinah (presencia divina que mora en el mundo), el poder femenino de Dios y que corresponde a la Cábala. No es esta tradición la que se impuso sino la del patriarcal Dios de la Tora.
En fin existen multiplicidad de ejemplos en tradiciones diferentes acerca de la identificación de la Tierra con alguna deidad: la Diosa Serpiente con pechos desnudos de la Creta minoica del 1400 a.C. , entre otras.
Gaia o Gea gozó de un culto bastante extendido en Grecia pero con el tiempo otras divinidades de la tierra la sustituyeron (Cfr. Eliade; M., 1972), como las de los invasores indoeuropeos y luego por los patriarcales dioses del Olimpo como el Zeus de los dorios.
Un estudio interesante aportado por Marija Gimbutas en su lectura de rastros arqueológicos de la ‘cultura de la diosa’ (en la antigua Europa y en algunas regiones de Asia) da cuenta de que -en especial en el neolítico- cuando nuestros ancestros se establecían en comunidades dedicadas a la agricultura y la crianza de ganado, se destaca lo siguiente: no existe imaginería que idealice el poder armado, la crueldad y la fuerza violenta, no hay guerreros o escenas de batallas de “heroicos conquistadores”, no hay representaciones de cautivos encadenados u otras evidencias de esclavitud. Tampoco existen rastros de tumbas de caudillos o gobernantes poderosos, ni escondites de armas u otros signos de aplicación de alguna tecnología o recurso natural para su fabricación. De ello infiere que esta época, caracterizada por el culto a la Diosa/Tierra/Madre fue mucho más pacífica de lo que se interpretó. Vivían en una pacífica sociedad igualitaria basada en un sistema matrilineal y sus artes y oficios se inspiraban en la creencia, el respeto y la devoción por la Diosa.
Sin embargo, el curso de esta evolución cultural fue interrumpido por invasores provenientes de áreas periféricas del nordeste asiático y europeo (‘kurganes’ o ‘kurgos’) que desde fines del 5000 hasta el 2800 a.C iniciaron sucesiva oleadas con sus caballos domesticados, sus armas y sus deidades guerreras . Las Diosas mutaron –tal vez- en consortes de los dioses guerreros. Se impuso la jerarquía en el registro social y por tanto en el psiquismo (Cfr. Eisler, R., 1990; Gimbutas, M., 1991).
Pero más allá de la imposición de la jerarquía y de este patriarcado, la creencia en que la materia estaba viva y que, por tanto habitábamos en un entorno interactivo, se mantuvo en el tiempo: en los filósofos presocráticos como Tales, Anaxímenes, Anaxágoras en algún sentido, el médico Hipócrates con su visión holística y su creencia de una “respiración común”; Pitágoras y aún Platón en el Timeo.
Cristianismo oficial y Naturaleza
En líneas generales no es exagerado afirmar que el cristianismo ‘oficial’ fue alterando la creencia en algo así como el espíritu de la Tierra y erradicando, por consiguiente todo rastro de la cultura de la Diosa. El reino de la materia se consideró un impedimento para la vida del ‘espíritu’: la vida en la Tierra no será más que un alto en el camino hacia la absolución del pecado original y, por lo tanto transitoria. La esperanza se instalará en el más allá. El tiempo devendrá lineal, fracturándose el de la Naturaleza entendido como nacimiento, crecimiento, muerte y regeneración.
Por supuesto que durante la Edad Media persistieron una serie de creencias concomitantes con la tradición de la alquimia, la elección de lugares sagrados y el rostro femenino de Dios, entre otras.
En general, los ritos pre-cristianos fueron asimilados a la forma oficial y los que continuaban sacralizando a la Naturaleza se consideraron ‘paganos’.
Renacentistas y modernos
En el Renacimiento reflotará una fuerte tradición hermética, mágica y alquimista: la Physis será ahora “indagada en sus enigmas por un mago pero con todos los recursos que le brinda le época”. En general ellos comparten –con diferencias- la creencia en la metáfora orgánica acerca de la Tierra:
• Leonardo, Agripa, Cardano, Telesio, Paracelso (primera época: entre s.XV y comienzos del s.XVI
• Bruno, Campanella, Fludd (fines del s.XVI y comienzos del XVII): quienes abren la posibilidad de otra lectura de la Naturaleza contraria a la supuesta unanimidad de las nuevas imágenes del mundo.
Los ejemplos son muchos dentro de esta tradición renacentista respecto a su relación con este organismo vivo que es la Naturaleza. Sintéticamente, este naturalismo destaca:
• El universo dividido en dos regiones: microcosmos y macrocosmos mutuamente relacionados, que se rigen con el modelo del “gran animal”
• Una unificación del mundo: los fenómenos se deben a fuerzas de tipo animal que operan de modo ininteligible para nosotros y que sólo el sabio o mago conoce o domina.
• La importancia en la ciencia alquímica –por ejemplo- de las metáforas de género: en el plano simbólico domina la fuerte convicción de la paridad entre masculino/femenino. El matrimonio es la metáfora alquímica del principio de armonía presente en las relaciones del Sol y la Luna, de la forma con la sustancia, del espíritu con la materia.
Uno de los ejemplos sobresaliente es el enigmático Paracelso cuyas enseñanzas volverán a ser retomadas en el interesante período de 1640 a 1650 en la Inglaterra de la agitación que culminará con el triunfo de la revolución de 1688. Lo que cabe destacar de este período es que la revitalización de la Filosofía hermética y mágica entre los radicales políticos y religiosos (“entusiásticos”), la creencia en la vitalidad de la Naturaleza tiene que ver con la resistencia al capitalismo expropiador de sus tierras.
El historiador Christopher Hill ha aportado estudios muy interesantes respecto a la época que va de 1645 a 1660: Inglaterra se vio envuelta en un sugerente flujo de ideas que subvertían todos los valores de la vieja sociedad jerárquica e incluso de la misma ética protestante. Quienes suscribían estas ideas eran los Levellers, Diggers,Mugletonians, Familists, Fifth Monarchy Men, Ranters, Seekers, cuya religión era una mezcla de hermetismo, parecelcismo o alquimia soteriológica. Pero, por sobre todas las cosas, su visión de la Naturaleza era completamente opuesta a la de la ciencia mecánica. Winstanley, un representante de estos grupos decía:
En un principio, el gran creador, la Razón, hizo la tierra para que fuera un lugar común, para mantener a las bestias, a los pájaros, a los peces y al hombre. (…) Ni una sola palabra se dijo en el principio de que una rama de la humanidad fuese a dominar a la otra (…) Pero (…) las imaginaciones egoístas (…) erigieron a un hombre para que enseñara y dominara a otro. Y de este modo (…) el hombre fue sometido a esclavitud y se convirtió respecto a algunos hombres de su propio género en un mayor esclavo de lo que las bestias del campo lo eran para él. Y con ello, la tierra (…) fue rodeada de cercas por los maestros y dominadores (…). Y esta tierra, que está dentro de la creación y que constituyó un almacén común para todos, es comprada y vendida y retenida en manos de unos pocos, con lo que le gran Creador es sumamente deshonrado (…)
Los hombres más pobres tienen un título tan verdadero y un derecho tan justo a la tierra como los hombres ricos (…) La verdadera libertad reside en el libre disfrute de la tierra (…) Si el pueblo llano no tiene en Inglaterra otra libertad que la de vivir entre sus hermanos y trabajar para ellos a cambio de un salario ¿qué mayor libertad tiene en Inglaterra de la que podíamos tener en Turquía o en Francia? (Hill, C, 1983: 121-122)
Tal vez lo que en ese momento unía a grupos tan disímiles de la Inglaterra del siglo XVII, era –entre otras cosas y salvando las distancias para acercarnos a nuestro presente signado por la imparable apropiación de tierras- la misma nostalgia por el mundo perdido, por el conocimiento tácito entretejido entre nosotros y las cosas, la angustia por el exilio de la convivialidad paralela a la devastación del oikos.
Estos movimientos que vislumbraban la posibilidad de una sociedad capaz de sostener la propiedad comunitaria de la tierra y donde “cada árbol, cada roca o corriente de agua reflejaba las maravillas de la creación”, fueron derrotados después de 1660 y definitivamente con la eliminación del antiguo régimen en 1688: contra el mundo organísmico de los “entusiastas”, se impuso la doctrina según la cual la realidad, en el nivel más profundo, consiste sólo en la materia y el movimiento de los átomos y partículas subyacentes que forman el cosmos. Lo que definirá una cosa será la cantidad de materia y movimiento, medidas cuantitativas del mundo. Lo demás, los sonidos, los colores, las texturas y los olores serán sólo “cualidades secundarias”. (Berman, M, 1987)
Al final de la década de 1650 en Inglaterra se inicia una feroz compaña contra los “entusiastas” de la alquimia que concluirá con la institucionalización de la nueva ciencia mecánica a través de la creación de la Royal Society (1662) que, en líneas generales, significará para muchos de sus miembros la concreción del programa saber/poder baconiano y, para nuestra perspectiva, el comienzo de la muerte de la naturaleza.
Pero también la secularización de la Naturaleza dejará intacta la ecuación mujer-naturaleza. Ahora ambas son ahora mecánicas en parte y demoníacas en parte. Sin embargo, después que se haya apaciguado la creencia en la brujería, la naturaleza (que era todavía femenina) se convertirá en una máquina.
*
Resumiendo entonces: desde el XVI en adelante se construirá en Europa Occidental una nueva forma de percepción de la realidad sintetizada en el definitivo distanciamiento humanidad / naturaleza y, consecuentemente en la pérdida de la simbiosis originaria en la cual la vitalidad de la interconexión ecológica iba de suyo.
Con la revolución científica, la filosofía mecánica legitimará el nuevo sistema de creencias: la naturaleza es ahora masa neutra de átomos en movimiento (Newton) . O lo que es lo mismo, naturaleza muerta y ello no sólo permite sino provoca concebir el poder en la medición y el cálculo de la ideología burguesa y el capitalismo.
En consecuencia el planeta es dominantemente, solo una rica fuente de minerales y demás recursos a comercializarse.
El mundo abstracto heredado de este proyecto moderno habrá de colonizar –en adelante- todas nuestras cogniciones.
Conclusión
Hay quienes hoy concientizan que uno de los efectos del ver-hacer formalizante del científico cautivo, es la devastación ‘colateral’ de la Tierra/Naturaleza. Y se manifiestan pluralidad de voces contra la “Ciencia Real” y los científicos rehenes. Más aún, desde la mecánica cuántica se relativiza radicalmente la noción de ‘objeto’ para subordinarla a la de acontecimiento, siendo éste la medida hecha por el instrumento.
El objeto de la física ya no es la descripción de la realidad en sí, sino la descripción de la experiencia humana comunicable, es decir, la experiencia de las observaciones y medidas (Ricard, M. / Thuan; X., 2001)
Sin embargo- a pesar de los nueva ciencia- no se ha producido la descolonización de nuestras cogniciones newtonianas demasiado newtonianas. A la vez continuamos reiterando el gesto desvalorizante hacia culturas “pre-modernas” en las que no existe la distinción humanidad-naturaleza; en las cuales humanos y no humanos están entretejidos entre sí en un universo moral compartido, en donde la vida es de suyo interdependiente.
Desde el paradigma cuántico se sabe que cuanto más nos adentramos en el mundo sub-microscópico, más se llega a ver a éste como un sistema de componentes inseparables, inter-relacionados y en constante movimiento, en el cual el observador constituye una parte integral de dicho sistema.
Como ya lo señalaban muchos estudiosos, esta visión es muy parecida a la que presenta el misticismo oriental presente en los Vedas, el I Ching o en los Sutras del Budismo: allí el mundo es orgánico; todas las cosas y sucesos percibidas por los sentidos están conectadas e interrelacionadas: son aspectos de una realidad última a la cual es posible acceder sólo por “iluminación” trascendiendo al individuo aislado. En fin, el cosmos es una realidad inseparable, siempre en movimiento, vivo, orgánico, espiritual y material al mismo tiempo.
Sabemos que el pensamiento analítico y racional que disecciona para conocer es un impedimento para la comprensión de los ecosistemas, pues aquél es lineal “en tanto que la conciencia ecológica surge de la intuición de un sistema no lineal” (F.Capra).
Grandes debates se han generado en el seno de esta cultura emergente, unida sin embargo, en el deseo común de cambiar la narración dominante y fragmentadora del mundo.
Sin embargo este tipo de discusiones no se han instalado en nuestros ámbitos educativos. Nuestra ciencia occidental, transmitida a través de los libros de texto en las instituciones educativas, refuerza la relación espectadora e instrumental entre los seres humanos y su entorno: sus narraciones destacan lo que es central para el grupo dominante. Las consecuencias ecológicas del modo de vida así reproducido, no son aludidas: los valores asociados al progreso tecnológico, al consumismo y hasta los “recursos naturales” son presentados como objetivos a alcanzar en tanto personas de éxito.
Sin embargo –aunque demasiado tarde- nuestra conciencia subliminal direcciona hacia la idea de una Tierra/Naturaleza viva con la cual co-evolucionamos. Tal vez la misma de nuestros ancestros más arcaicos…
Quizá en el seno de esta nueva espiritualidad orientada a la Tierra y post- patriarcal, exista la posibilidad de descolonizar nuestras cogniciones –y actuar en consecuencia- haciendo carne de que la interdependencia de los seres humanos, animales, plantas es la única alternativa para construir el país de utopía.
Tarea difícil desmontar del discurso académico el andamiaje conceptual que aún crítico, continúa reproduciendo el gesto moderno del distanciamiento, de la disociación manifiesta en nuestra lógica discursiva.
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